Pedagogía kentenijiana para los nuevos tiempos
Diana Alejandra Espinoza López y Erika Lucero Zaldívar
Santana
Una persona en edad escolar está más de la mitad de su
día inmerso en sus clases y/o tareas.
Por lo tanto, es importante que las escuelas y maestros se tomen en serio su
labor como educadores. Su ejemplo y palabras afectan al alumno tanto consciente
como inconscientemente.
Debido a esto, el hombre actual es un ser
desvalorizado, centrado en sí mismo, individualista, que hace de todo pero sólo
superficialmente. Es un hombre masa: un ser hecho en serie que no se atreve a
nadar contra corriente. Este es un problema que comienza con la educación.
Además, sin un buen
nivel educativo, no hay crecimiento económico en una sociedad. Isabel Neira
asegura que “la educación secundaria y universitaria
contribuyen al
incremento de la productividad del trabajo… la primaria es fundamental para lograr
el descenso de las tasas de natalidad, la reducción de la pobreza y la
realización personal de todos los individuos”.
Lamentablemente, el nivel educativo en México es
deplorable y la INEGI (Instituto Nacional de Estadística y Geografía) nos dice
que solamente 3 de cada 100 niños mexicanos llegan a la universidad. Muchos
dejan la escuela por problemas económicos pero muchos otros la dejan al no
encontrarle el gusto. Se sienten incomprendidos por sus maestros y compañeros,
no se fomenta un ambiente agradable y si no cumplen con el estereotipo del
alumno “perfecto”, no se les toma en cuenta.
Los alumnos tienen habilidades que no son explotadas, los
métodos de aprendizaje no funcionan para todos y se mide su inteligencia y
capacidad con un número. Paulo Freire (2002) hablaba de que “aprender implica movimiento… los roles
no son estáticos, sino rotativos entre el que enseña y el que aprende;
intercambiar, aprender del otro y de su particular manera de ver y concebir la
realidad”.
Así pues, surge el imperativo de mejorar el sistema
educativo.
El padre José Kentenich tenía un modelo pedagógico que
se basaba en la confianza, el ideal, las vinculaciones, la libertad y el movimiento
– que aplicaba a los seminaristas bajo su tutela. Esta propuesta podría
revolucionar la educación en México. El padre decía lo siguiente:
Educar significa: acoger vida, despertar vida y
transmitir vida. Cuenten con fracasos. Deben tomarlos como algo sobreentendido.
Los fracasos en la educación significan el mayor éxito para nosotros. ¿Por qué?
Porque estos fracasos nos vuelven pequeños. Son para nosotros escuela. El fracaso
convierte al sembrador en semilla.
En este sistema pedagógico se toma a cada quien como
un ser humano con toda la dignidad que eso supone y no sólo como un número o
una colegiatura. Es un miembro de una comunidad que tiene una misión (ideal) –que
será la brújula que lo guíe en la toma de decisiones –. Se crea a un hombre “recio,
libre y sacerdotal” en palabras del Padre Kentenich que actúa por convicción y
no por costumbre, libre para tomar decisiones, que se conoce y desarrolla su
originalidad.
Se pone fin a la “educación bancaria” como la llama
Ana Pampliega de Quiroga, “donde hay alguien que deposita el saber en otro que
no lo tiene”. Más que imponerse con poder, enseñar con amor y confianza.
Aplicar esta pedagogía
revolucionaría la educación en México. No solamente subiría el nivel
educativo al explotar las fortalezas de cada uno y, por lo tanto, hacerlos
sentir cómodos sino que se crearían ciudadanos participativos e integrales.
Desde luego, el cambio debe ser gradual. No se puede
esperar que todas las escuelas cambien el programa que han usado por décadas
sin oponer resistencia. Además los alumnos de grados superiores ya están
acostumbrados al sistema educativo actual. Por lo tanto, lo más viable es
implementar este modelo en preescolar y educación básica, para que el niño
crezca con esa mentalidad y desde pequeño se le enseñe a conocerse, desarrollar
sus debilidades y un pensamiento crítico que lo lleve a exigir una educación de
calidad adaptada a sus necesidades.
El tiempo nos pide crear hombres nuevos para la nueva
comunidad. No es suficiente nadar contra corriente, hay que hacer que los peces
cambien de dirección.
Fuentes de
referencia:
·
Neira, I.. (s.f.). Educación
y desarrollo económico. Noviembre 25, 2015, de Enciclopedia y Biblioteca
Virtual de las Ciencias Sociales, Económicas y Jurídicas Sitio web: http://www.eumed.net/cursecon/colaboraciones/aeeade47.pdf
·
Freire, P. (2002)
Pedagogía de la autonomía. Buenos Aires: Siglo XXI Editores.
·
Kentenich, J.. (1970). Documentos de Schoenstatt.
Santiago, Chile: Nueva Patris.
·
Pampliega de Quiroga, Ana (2001) Buenos Aires: clase
dictada en la Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo.
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